El objetivo número 8 de la Agenda 2030 es «promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo y el trabajo decente para todos». Sin embargo, ya en 2015 se debatía si economía y sostenibilidad son dos caras de la misma moneda o, por el contrario, se trata de conceptos incompatibles.
La ONU no solo lanzó los 17 objetivos de la Agenda 2030, sino que ha seguido trabajando en su realización. Uno de los modos de hacerlo ha sido lanzar consultas sobre los temas clave alrededor de los que dicha agenda se vertebra. Una de las consultas más relevantes acerca del tema de la compatibilidad de economía y sostenibilidad versa sobre el diseño de un sistema financiero sostenible. Estos son los resultados del informe.
La ONU admite que la compatibilidad entre economía y sostenibilidad no es algo sencillo de conseguir, pues es necesario invertir billones de dólares al año para financiar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). La propia organización admite que el capital público no será suficiente para lograr esta financiación, que necesitará también capital privado. Aunque la consulta sobre el modo de alinear el sistema financiero a los ODS empezó en 2014 y terminó en 2018, el trabajo en este sentido sigue su curso. Según el informe final, ya existen indicios medibles de que se ha iniciado una transformación del sistema financiero para que economía y sostenibilidad puedan ir de la mano.
Fueron estas reglas del juego las que se analizaron en más de 20 países, en los que se llegó a elaborar hojas de ruta específicas para cada uno de ellos. Algunos de los temas que se examinaron y que influyen en la capacidad del sistema económico para funcionar según los principios del desarrollo sostenible, fueron las etiquetas ecológicas de los bancos y el modo en que la actividad económica online podría resultar de apoyo al desarrollo sostenible.
En 2013, el valor de las emisiones de bonos verdes, en EE. UU., era de 11.000 millones de dólares, mientras que en 2017 su valor se había multiplicado por 14, pasando a ser de 155.000 millones de dólares. Y esta circunstancia es solo uno de los indicios de que organismos de regulación y entidades financieras ya han comenzado a asumir compromisos que llevarán, a largo plazo, a un cambio radical del sistema financiero que lo haga compatible con el desarrollo sostenible.
Por otra parte, también asistimos a un movimiento evidente de desinversión en lo que se refiere a gas, petróleo y carbón. Las inversiones en este tipo de combustibles descendieron a 710.000 de dólares en 2017, mientras que en 2016 habían alcanzado los 5 billones. Además, más de 1.900 firmas se han adherido a los Principios para la Inversión Responsable. Esos 1.900 signatarios gestionan 70 trillones de dólares. Sin duda, estos datos suponen un avance en lo que se refiere al desarrollo de un sistema financiero comprometido con la sostenibilidad.
Son muchos los países cuyas hojas de ruta revelan grandes ambiciones a la hora de compatibilizar el desarrollo sostenible y la economía. Destacan las de Suiza, Marruecos, Mongolia o Indonesia. Pero también existen algunas otras cuya importancia radica en que arrastran a países más allá de sus fronteras. Este es el caso de China, cuyos compromisos a nivel nacional son los más completos del mundo. De hecho, involucran diferentes sectores, como el de los seguros y los mercados de capitales.
A nivel internacional, también han aumentado las iniciativas de intercambio de experiencias que buscan promover la cooperación en la creación de herramientas normativas y legislativas. Por ejemplo, el GFSG (siglas en inglés para el Grupo de Estudio de Finanzas Verdes). El mismo está presidido por reino Unido y China y se trata de un grupo de trabajo nacido al abrigo del G20.
Según otro informe de la ONU, el llamado Roadmap for a Sustainable Financial System, los primeros pasos para la transformación del actual sistema financiero en uno que no solo permita, sino que aliente, el desarrollo sostenible, los han dado los propios mercados. El informe habla de un círculo virtuoso de innovación en el sector financiero. El mismo ha facilitado el acceso a la financiación a sectores de actividad alineados con el desarrollo sostenible. Una iniciativa que debe seguir en marcha, ya que, para alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 se necesitan nuevos modelos de negocio. Y no solo eso, sino también una renovación absoluta del sector financiero. Tanto en cuanto a infraestructura como en cuento a habilidades y forma de trabajo.
Por su parte, los bancos están en pleno proceso de transformación. Dicha transformación consiste en alinear sus productos tradicionales a las necesidades de inversiones sostenibles. Y no solo eso: también se están creando productos financieros de nuevo cuño.
En la mayoría de los casos, las necesidades de la economía sostenible pueden solventarse con productos financieros existentes pero adaptados. Pero en otros casos, se necesitan esos nuevos productos para que se puedan dar condiciones de surgimiento de nuevos modelos de negocio. Por ejemplo, ya en 2016 la Federación Hipotecaria Europea lanzó una iniciativa que consistía en la concesión de hipotecas para la renovación de edificios relacionada con la implementación de energías renovables. La iniciativa tuvo múltiples efectos positivos. Entre ellos, la revaloración de los edificios, lo que supuso un empuje del mercado inmobiliario.
Por su parte, y en el ámbito de la banca privada, las entidades bancarias ofrecen préstamos para financiar la compra de electrodomésticos y de sistemas de calefacción energéticamente eficientes. Esto revitaliza el mercado financiero y al mismo tiempo insufla recursos en sistemas de producción de otras áreas orientados a la sostenibilidad.
La cuestión sobre si economía y sostenibilidad no es tanto, pues, si ambas son compatibles como en qué momento la transformación se perfeccionará.