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De acuerdo con el autor del informe y colaborador de la Universitat Carlemany, Víctor Panicello, “para afrontar los nuevos retos e incluso para ser un elemento provocador de nuevos cambios, es necesario contar con personas creativas, capaces de ver lo que los demás no ven, ya sea a nivel macro (visión política, social, macroeconómica…) o desde una perspectiva más cotidiana o micro (procesos, soluciones, nuevos enfoques…)”.
Existe un cierto consenso en aceptar que la creatividad debe ser el motor que nos prepare para afrontar los nuevos desafíos que nos esperan, pero, ¿cómo definir la creatividad? Muchos autores se han aproximado a este concepto y en sus trabajos se pueden encontrar algunos elementos comunes: transformación, utilidad, originalidad, cambio, valor añadido… En realidad, no es fácil establecer una definición cerrada, pero sí reconocer su presencia en la actividad humana, sin que ello se relacione directamente a los atributos clásicos que identifican la inteligencia.
Históricamente, la creatividad se ha asociado con los procesos artísticos, pero la aparición de nuevas creaciones, sea el ámbito científico, tecnológico o empresarial, implica la necesidad de establecer aquellas fases que, con sus peculiaridades, deben respetarse para una creación como tal. Como indica Panicello, “en ese mapa conceptual, la creatividad debe considerarse una fase previa al proceso creativo, una actitud que permite aflorar diferentes ideas que, una vez seleccionadas en función de su utilidad concreta, deben someterse a un proceso metodológicamente controlado para obtener un resultado. Esa creación puede tener diferentes naturalezas según el entorno en el que se realicen, configurándose como un producto cuando le añadimos el factor mercado”.
En el mundo de la empresa, Panicello insiste en la diferenciación entre creatividad e innovación, siendo esta última el proceso mediante el que una creación se convierte en un producto que entra en el mercado para cubrir una necesidad. En un entorno empresarial, debe fomentarse un clima favorable a que la creatividad interna aflore, aprovechando ese valor añadido para obtener ventajas competitivas. Cada vez más estudios demuestran que insertar la creatividad en los procesos empresariales de forma ordinaria, permite una mejora evidente en indicadores clave de rendimiento comercial.
En un plano más global, el factor creativo influye en los procesos de redistribución de la riqueza y en la mejora social. En este sentido, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas estableció en 2015 los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que deben ayudar a conseguir una mayor justicia social. En este proceso, la creatividad será un factor clave que ayudará a obtener mejores y más eficientes resultados en todos los campos. No en vano, la UNESCO declaró el año 2021 como el Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sostenible. En el contexto de la pandemia actual, la economía creativa ha sido y seguirá siendo un puntal económico, cultural y social, explica Panicello.
Por otro lado, analiza el impacto de la economía creativa, definida por la ONU como “las actividades derivadas del conocimiento, sobre las que se basan las industrias creativas”. Según la UNESCO (2021), la economía creativa aporta el 3% del PIB mundial. Las industrias culturales y creativas generan 2,25% billones de dólares estadounidenses y el sector cultural emplea a 30 millones de personas en el mundo.
“En el gran desafío que supone avanzar hacia un mundo mejor, la creatividad será la luz que alumbra el largo camino que debemos recorrer”, concluye el autor del informe y colaborador de la Universitat Carlemany".